viernes, 28 de septiembre de 2012

Aprendí mirando



El taller artesanal es un laboratorio, un yacimiento, un manantial de agua fresca para quienes disfrutamos el quehacer de las Comunicaciones Internas. Entrar al lugar donde está el zapatero y su hijo, donde el carpintero y su nieto, donde la señora -que hace tortas por encargo- rodeada de hijas y sobrinas, es para mí un banquete. Me quedo observando expectante a ver cuándo y cómo se comunican.

Y es que -en estos ámbitos artesanales- la gestión del conocimiento es impecable. Parece que la hija hubiese sido tocada por la magia de su madre que le enseñó a hacer y decorar tortas para novios. ¿Y es que usted le explicó muy bien cómo hacerlo? Pregunto yo, que estoy de paso, a la dueña del negocio. Pero quien me responde es la hija, y me regala una de las mejores, más sólidas y sencillas de las enseñanzas: “aprendí mirando”, me dice y sonríe de oreja a oreja.

Al respecto se me abre un abanico de reflexiones. Pero, por el momento, dejo registro de una. Cuando crece el emprendimiento y viene con el desarrollo la dispersión geográfica de una compañía, perdemos ese mirar constante al otro que nos lleva al aprendizaje y, por qué no decirlo, a la maestría de un oficio.

Y es precisamente en esa distancia con el otro donde la comunicación interna tiene un gran reto: debe unir y estrechar esos vínculos que, con el tiempo y el espacio, se diluyen. 

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