Hace unos días, visité San Juan, Argentina, y conocí en un
taller a Diego, un enfermero que me regaló esta historia a propósito de estar
conversando de saber escuchar al otro, de manera activa, integral, responsable,
comprometida, coherente.
Trabajando Diego en una comunidad rural de su provincia,
encontró a una señora saliendo del consultorio médico. Como Diego sabía que la
señora estaba enferma, apuró el paso para preguntarle: ¿Señora, qué le dijo el
médico? “No me dijo nada, me revisó, y me dio estas indicaciones”, le dijo a
Diego, mostrándole una serie de recetas que llevaba en la mano, órdenes de
exámenes, además de algunas listas de alimentos que se le prohibía comer. “Lo
que pasa -culminó la señora- es que yo no sé leer”.
¿Pérdidas? Muchas, de tiempo, de dinero, incluso vidas se
pueden ir en este tránsito de no escuchar. Y es que escuchar es una actividad
que debe hacerse con todos los sentidos, y pasa por invitar al otro a hablar,
por hacerle preguntas que van más allá de lo obvio, cosa que -en este ejemplo-
el médico no hizo.
Todos los conocimientos de ese doctor de nada sirven, si no
sabe escuchar.
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