En el marco de algunos trabajos organizacionales en
materia de comunicación interna y transformación cultural,
escucho con recurrencia la siguiente apreciación: “Este tipo de talleres son
importantísimos, pero no podemos detener el trabajo para hacerlos con la
frecuencia que deberíamos”.
Tras esta frase se me abre un mundo en el que observo
cómo dentro de las organizaciones aún está muy instalada una apreciación
escindida del operar humano. Vivimos en la ilusión de que una cosa es el
trabajo y otra la cultura y la comunicación que nos aglutina como organización.
A mi entender esta separación es ilusoria y,
además, es uno de los síntomas comunes que nos pueden avisar que no son del todo saludables nuestras relaciones.
No hay actividad posible fuera de la cultura y
sus conversaciones. Y los resultados de toda actividad humana son el resultar
de la comunicación, de la manera de relacionarnos.
Asistir a un taller de
comunicación y transformación cultural es seguir trabajando. Trabajar es
imposible sin conversar y es imposible también hacerlo sin
edificar con cada acción un tanto de la cultura que transformamos con nuestra convivencia
a cada instante.
Las escuelas tradicionales, cualquiera sea el
nivel académico, nos enseñan a separar y clasificar en partes lo que es un
todo, en la creencia de que así aprendemos y comprendemos. (El cuerpo humano se divide en cabeza, tronco
y extremidades, por dar un ejemplo común) Nos han enseñado a dejar de lado
aquello que conecta las partes, que es precisamente lo que le da sentido al
todo y lo hace posible. De hecho, cuando nos preguntan: ¿Y qué une a la cabeza
con el tronco y las extremidades? Nos quedamos en silencio.
Estamos acostumbrados a separar y no a conectar.
Tal vez por eso hace tanto sentido hacer sesiones individuales con ejecutivos
mientras cumplen con su agenda, sin detenerla. Al principio todo ocurre como en
cámara lenta, porque hay que reflexionar en el hacer, pero luego, al ver lo que
resulta, va todo más rápido, dando cuenta de la unión de nuestros haceres con
la comunicación y la cultura.
Así, de a poco, vamos dejando de lado la ilusión de que nuestro trabajo está separado de la cultura que vivimos, incorporando que esta resulta de todos nuestros haceres.
Después de 30 años de profesión en sistemas y mejoramiento de procesos industriales y de servicios, logré darme cuenta que los ambientes laborales no son ambientes sociales, y toda vez que se nos invita a buscar articulaciones fuera de la obligación del trabajo por el que se nos paga, creamos frustración, porque lo social, cultural y forzando las cosas, lo humano, requiere de la filiación para desplegarse, y los ambientes laborales no generan filiación, y difícilmente las personas que están en los procesos ven en éstos algo de si mismos, algo que los conecte a lo que hacen, puede ser la remuneración, por ejemplo, lo más cercano a la conexión. (De la Biología del Conocer)
ResponderEliminarGracias, Esteban.
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