Comencé este año en Venezuela. Viajando entre Puerto La Cruz, Ciudad Guayana y Caracas. Y viajar es un tránsito propicio para cosechar buenos ejemplos en materia de comunicación.
Un autobús que me llevó de
Caracas a Ciudad Guayana, cruzamos parte importante del país durante la noche. Al bajarme -entre todos los personajes típicos del terminal- divisé a un
moreno vernáculo, sonrisa amplia, blanquísima, que contrastaba con su piel de
chocolate. Era un hombre de buena hechura que gritaba: ¡Negro, caliente,
sabroso! Y con este grito ofrecía café recién colado, cuyo aroma daba el toque
final a este mensaje, construido por un verdadero estratega.
Hay una relación directa y
proporcional entre el bienestar que genera un proceso de comunicación y su
efectividad. Entre mejor se sientan los interlocutores, más
probabilidades hay que los resultados de esa vinculación sean positivos, es
decir, sanos y productivos. Y en esto, gran parte de la responsabilidad la
tiene el primero que toma la palabra.
¡Negro, caliente, sabroso! Decía el
hombre, y entre las mujeres somnolientas que esperábamos el equipaje nos
sonreíamos cómplices al entender el amoroso y oportuno doble sentido de este vendedor de
café que nos daba la bienvenida. Yo me alejé del grupo, pero divisé cómo los
viajantes rodeaban al vendedor de café, dándole a la madrugada un excelente
regalo. En ese instante todo era bienestar. El “negro, caliente, sabroso” era
un mensaje efectivo y el negro que ofrecía café un estratega natural de sus
comunicaciones.
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