La transformación en materia de comunicaciones sucede como
las ondas que se forman en el agua al caer una gota. Ocurre como el dardo que
da en un blanco, dando nacimiento a un espiral imaginario, siempre creciente,
que se mueve y se diluye en ese crecer, de manera ascendente y descendente.
La comunicación no genera cambios lineales de un punto “A”
hacia un punto “B”, su movimiento obedece a un sistema propio de la naturaleza
y, a veces, queremos encajarlo en un proceso mecánico que nada tiene que ver
con nosotros, los seres vivos.
Las organizaciones que han aceptado heredar y mantener el
modelo de Taylor -que segmenta el proceso productivo, clasificándolo por pasos-
son más propensas a confundir la comunicación como un proceso mecanicista, lo
que genera incoherencias y con ellas grandes heridas y desmotivación. Eso, a
pesar de las grandes inversiones en tecnología y diseño.
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