La relación
contractual no siempre es suficiente -y a veces tampoco necesaria- para
mantener una relación laboral saludable.
Es decir, aunque haya una relación contractual
entre quien contrata y el contratado, no se puede dar por hecha esta relación. Parece
que hay que ocuparse de ella a cada instante. Esto es lo que he observado a través de los
años y también lo que he escuchado -a través de profundas, largas y gratas conversaciones-
de otros expertos en materia de comunicaciones internas y relaciones laborales.
De hecho, la reiterada solicitud del área de talento
humano o comunicaciones para hacer de su staff un cuerpo laboral “más
comprometido”, nos deja ver que no es suficiente el sueldo ni los beneficios. Pareciera que hace falta algo más
para que el otro “se comprometa”.
¿Qué es lo que desean las partes que no está especificado
en el contrato y que luce tan importante para conservar o no esa
relación laboral?
A mi modo de ver -tras la investigación "Devenir Transformacional de las Comunicaciones Internas en América Latina"- ese bien intangible opera en
un dominio distinto al contractual, opera en el espacio psíquico relacional del ser humano que desea recuperar el bienestar que deviene del trabajo que tiene un profundo sentido para quien lo ejecuta.
Tal vez un sentido como el que resultaba de la
participación espontánea en los haceres que no demandaban contrato o acuerdo alguno. Un ejemplo es la hechura
del fuego. No es posible imaginar la remuneración ni las condiciones en la
relación de aquellos que se esmeraban en ver qué pasaba si seguían frotando
maderos sobre hojas secas. Parece que todos se sentían parte, invitados a
hacer, a experimentar con ganas y con curiosidad a ver qué pasaba.
Con el devenir de las organizaciones hay mucho
que se ha ganado para la humanidad, pero también algo se ha perdido y eso,
considero, es lo que no está en los acuerdos de contratación, es lo que se
quiere recuperar y es, lo que en muchos casos, está colocando en jaque a las
organizaciones y su cultura.